La llave


Es tal vez por la caprichosa fuerza con la que nuestro instinto animal nos ata a la vida que ella todavía estaba ahí. Viva. Contemplando desamparada el producto de la furia con que el destino ahora la asotaba. Hasta ese momento, su vida se resumía en los intervalos que dedicaba a soportar las tres actividades a las que su vida se veía reducida, por falta de tiempo. Los días se resumían a: Trabajo, cena y sueño. Y luego, comenzar otra vez. Era la eterna travesía de la soledad de un desierto. La inerte tarea de vagar incomprendido en un mundo sin color. La impotencia de la repetición diaria de aquel trabajo vacío que continuaba hasta el hartazgo, de sentarse a comer siempre en incomprendida soledad, respondiendo solo a una necesidad fisiológica. Como si fuese una máquina que necesita renovar su fuente de energía para continuar casi por inercia con su prometeica tarea de vivir. Y las horas de sueño que cada noche lo separaban de la monotonía de comenzar otro día igual.
Sin embargo, hasta ese momento Ana había soportado pacientemente la prisión que le imponía ese cementerio de sueños al que algunos locos llamaban ciudad. Pero hasta ahora nunca había sentido que el destino se burlaba de ella. Parada en el balcón de su departamento, miraba con incredulidad la desgracia que ahora le quitaba la razón de su existencia. Su silla se había roto. Simplemente había cumplido su ciclo. Cualquier persona tomaría esto como un evento trivial. Pero Ana no era cualquier persona. Para ella aquella silla playera que descansaba en su pequeño balcón era una pieza clave. Todas las tardes Ana se introducía en un libro para escapar de su realidad. Para esto, se sentaba en su balcón. Ver la ciudad desde arriba, la hacía sentir inconscientemente que había sido capaz de superar las leyes que la ataban a su vida. Estaba por encima de la ciudad donde se encontraba todo lo que la oprimía. Allí arriba no era prisionera de lo cotidiano. Y ahora su compañera la había abandonado. Sentía como si hubiese perdido la llave de la puerta que le permitía salir de su cárcel. Y ahora estaba encerrada. Sabía que no había ninguna otra silla en casa que pueda ocupar su lugar; ya sea por el material o la forma. Ninguna otra entraría en el balcón de manera que le permita escapar al mundo de las letras, el único lugar donde se sentía en casa.
Por esto contemplaba la escena. Estaba admirada. Como era posible que ella, quien a través de los libros había aprendido a despegarse de lo material, sentía que su vida perdía el sentido a causa la destrucción de un objeto?. Un insignificante objeto. Su espíritu no solo había cedido ante la presión de la necesidad de subsistir, de continuar con vida para poder perderse entre la líneas favoritas que alguna vez escribieron las grandes mentes que la humanidad produjo; también había cedido ante un objeto, que ahora la separaba de sus sueños con la inmutable rigidez del tiempo.
Pensaba en la debilidad del humano moderno, que depende de los instrumentos de los que se vale, para ser feliz. Ahora veía al mundo como un inmenso pasillo, con infinitas puertas, una al lado de la otra. Cada una de esas puertas conducía a otro pasillo a su vez lleno de puertas, y estas últimas, a otros pasillos con otras puertas, y así sucesivamente formando un eterno laberinto de incontables posibilidades. Algunas puertas estaban abiertas para todo el mundo; otras, estaban cerradas con llave. Las llaves para entrar eran los objetos que cada quien tenía posibilidad de tener en su posesión durante su vida. Y ella, en su desdicha, acababa de perder la única llave que le permitía seguir avanzando.

Es muss sein!... Muss es sein?

"... Daba vueltas en la cama mientras Teresa dormía y se acordaba de lo que había dicho hacía tiempo en una conversación intrascenndente. Estaban hablando de su amigo Z y ella afirmó: "si no te hubiera conocido a ti, seguro que me hubiera enamorado de el.".
Ya en esa ocasión aquellas palabras le produjeron a Tomás una extraña melancolía. Y es que de pronto se dio cuenta de que, además del amor de ella por Tomás, hecho realidad, existe en el reino de lo posible una cantidad infinita de amores no realizados por otros hombres
Todos consideramos impensable que el amor de nuestra vida pueda ser algo leve, sin peso; creemos que nuestro amor es algo que tenía que ser; que sin él nuestra vida no sería nuestra vida. Nos parece que el propio huraño Beethoven, con su terrible melena, toca para nuestro gran amor su "Es muss sein!".
Tomás se acordaba del comentario de Teresa sobre el amigo Z y constataba que la historia del amor de su vida no iba acompañada del sonido de ningún "es muss sein" sino mas bien por el de "es konte auch anders sein": También podía haber sido de otro modo.
Hace siete años se produjo casualmente en el hospital de la ciudad de... "

Milan Kundera - La insoportable levedad del ser.

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